viernes, 19 de febrero de 2010

NOVELA - PRIMER CAPÍTULO





HABITACIÓN SIN RINCONES

Capítulo I

No le quedaba nada por decir, porque de tanto recordar, los rincones en la oscuridad de su cabeza quedaron vacíos, por primera vez en su vida se había desbordado revelando todas sus experiencias hasta las últimas imágenes del trágico momento cuando perdió a Fabiola y algo más. Entonces quedó mudo. Más tarde, él mismo no se lo podía explicar. Desde que comenzó a hablar, su lengua transmitió los secretos guardados en los intersticios de su cerebro, ignorando el mecanismo que lo mantuvieron con la boca cerrada toda su vida. Ahora no había más que añadir. Todo quedó allí, impreso en el largo cifrado de la cinta estenográfica. Desde su posición al pie del estrado, la secretaria comenzó a cerrar su máquina, levantó brevemente la cabeza y atravesó al acusado con una mirada rencorosa que destilaba veneno. El juez dio por terminada la vista y ordenó que el acusado regresara al hospital psiquiátrico donde continuarían con las pruebas de rigor. Era necesario determinar si lo que sus oídos habían escuchado durante el interrogatorio pertenecía al mundo real o quizás estaban en presencia de un psicópata esquizofrénico. Uno meses atrás intentó apagar su propia vida traspasándose el hueso frontal del cráneo con un taladro. Penetró con la broca hasta la masa cerebral y solo fue un milagro que sobreviviera tal atrocidad y retuviera sus facultades. Cabe decir, facultades que en este momento estaban en tela de juicio.
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Durante los meses de recuperación después de que intentara acabar con su vida, estuvo confinado en la sección de máxima seguridad del Hospital General sin pronunciar palabras. En medio de su frente, como recuerdo, quedó una profunda cicatriz en forma de agujero que llevaría por el resto de su vida. El equipo psiquiátrico lo sometió a una serie de pruebas preliminares pero el sujeto nunca reaccionó a los estímulos; fueran estos, calor, frío, descargas eléctricas o procedimientos empleados para causar dolor. Hasta el día en que un paciente ambulatorio aprovechó el momento en que la vigilancia era mínima y se acercó a su cama introduciéndole el dedo índice en el agujero en la frente. Al retirarlo una corriente fétida escapó del orificio y Erasmo despertó. El otro, asustado se alejó de la cama y desapareció por el pasillo antes de que nadie se percatara de lo que había hecho.

Así fue como Erasmo Tomasino Carreño de cuarenta y tres años de edad comenzó a hablar sin tomar un respiro. Día y noche, despierto o dormido, solo o acompañado, contó y volvió a contar los eventos de su inverosímil existencia. La misma historia que la secretaria de la Corte registrara en la cinta estenográfica.

Confesó que hablaba en lenguas desde los ocho años, lenguas extrañas, desconocidas, acompañadas de movimientos sinuosos que manifestaban una especie de rito espiritual. Su familia, que era numerosa, diez hermanos y cinco hermanas, juraban que estaba poseído, o así declaró él en su interminable soliloquio. Lo habían internado en una clínica para niños perturbados cuando su madre encontró al gato de la casa cociéndose en el caldero con las fabas. Allí permaneció hasta que cuatro años más tarde, al cumplir los doce años, fue trasladado al centro correccional para menores, comúnmente conocido como La Granja.

Durante esos primeros años en la clínica nadie lo visitó, jamás participó en las reuniones de grupo y sólo respondía a las preguntas de los médicos cuando lo amenazaban con dejarlo sin comer. Aún así, hizo amistad con Fabiola, una chica de su misma edad que sufría de ataques epilépticos y problemas de personalidad. A veces era una niña muy precoz, otras se manifestaba agresiva, pero su transformación favorita era creerse poseída por el fantasma de una persona muerta. Se hicieron amigos por necesidad. En aquél ambiente hostil ellos eran un foco de atención para los demás desequilibrados. Pronto se convirtieron en el detonador para la mayoría de los conflictos de violencia, pero así aprendieron a defenderse, cuidarse el uno al otro y amarse intensamente.

Con Fabiola descubrió el sexo, con ella también conoció la violencia y la venganza. Durante el último año en la clínica, dos desquiciados atacaron a Fabiola en su cama. Erasmo oyó los gritos de su amiga y corrió a socorrerla. De una mordida, le arrancó la faringe al que le sujetaba sus piernas, al otro le clavó el brazo de la muñeca de porcelana en el ojo derecho hasta penetrarle el cerebro. Los enfermeros quedaron horrorizados ante la escena macabra que encontraron. Fabiola besando los labios púrpuras de Erasmo y los dos atacantes inertes en el caldo de su propia sangre.

Durante los seis años que permanecieron en La Granja, cursaron estudios superiores y llegaron a graduarse con honores, sólo para descender a una vida más violenta y brutal. Fabiola continuó manifestando cambios de personalidad y Erasmo evolucionó a un estado de inestabilidad que aunque no era constante, cuando se exteriorizaba era extremadamente peligroso. Todos les temían, supervisores y confinados. Nunca se consideró la posibilidad de integrarlos a la sociedad; para ellos no existía la familia adecuada con la necesidad de tener un niño o de otras más interesadas en conseguir recursos económicos adicionales. Nadie lo intentó. Nunca pudieron separarlos por largo tiempo, siempre encontraban la manera de comunicarse y de volver a estar juntos. Al cumplir los 18 años, a pesar de las objeciones de la Junta Administrativa, que no tuvieron suficientes argumentos para retenerlos, fueron puestos en libertad.

Marco Antonio