domingo, 27 de junio de 2010


          PASE SIN LLAMAR

Cornelio lo tenía todo. Era rico, propietario de su propia empresa, una mujer hermosa y dos hijos virtuosos; uno estudiaba el violín, la otra el clavicordio. El problema era que Cornelio era negro como el carbón y sus hijos no. Siempre pensó que podría haber sido una degeneración intramolecular causada por la prolongada exposición a los rayos infrarrojos y ultravioletas en las regiones árticas. Fue allí, en el Polo Norte, donde conoció a su esposa, la hija del jefe de la tribu próxima a donde se ubicaba el campamento de los científicos. El grupo, organizado por El Departamento de Ciencias Naturales de Las Naciones Unidas, investigaba las migraciones de los elefantes de la era paleolítica superior en aquellas regiones. Participaban en la aventura, Investigadores alemanes, suecos, rusos y el africano Cornelio. Llevaban más de un año desenterrando huesos de Mamut para el Museo de la Universidad Humboldt en Berlín cuando Mekkaha lo invitó a pasar la noche en su inuktitut, mejor conocido como Iglú o casa de nieve con forma de cúpula. Por otro lado, a Cornelio siempre le preocupó esa extraña costumbre de las mujeres esquimales de ofrecer privilegios sexuales a todos los que entraban por el hueco de su iglú. Se les consideraba malas anfitrionas si no observaban el protocolo. Cuando alguien asomaba la cabeza por el agujero de la entrada, ellas, a manera de costumbre y con una adorable sonrisa le invitaban a quedarse diciendo: "Pase sin llamar"; aún así, pese a las incongruencias que existían entre él y sus dos hijos, Cornelio siempre pensó que lo tenía todo: una hermosa mujer esquimal, un niño pelirrojo que estaba destinado a ser virtuoso del violín y una niña rubia de ojos azules que ya tocaba el clavicordio.


Marco Antonio

miércoles, 23 de junio de 2010



VÍCTIMA DE LAS CIRCUNSTANCIAS

Me habían acusado de participar en actos lúdicos y exposición indecente en un establecimiento público. Una interpretación contenciosa y arbitraria, a mi juicio. el abogado de oficio no concurría con mi opinión y sugirió que debería declararme culpable. Pedí que me cambiaran al letrado; no lo conseguí.

Ermenegilda era la dueña. Oficiaba de camarera parte del tiempo, la otra parte, como anfitriona del negocio. Estábamos allí respondiendo a la solicitud que ella había publicado en el periódico. Buscaba hombres con experiencia para actuar como "strippers". En verdad, aquello era un cabaret, un lugar altamente conocido por la sociedad hippiosa de la ciudad por el sensacionalismo de sus funciones teatrales: la sátira del doble sentido, el alto contenido sexual y sí, las aberraciones que ocurrían discretamente tras el cortinaje que separaba el bar-teatro del resto del local de atrás, en la parte oscura de un pasillo que siempre olía a Channel # 5 y donde estaban las habitaciones iluminadas con bombillitas rojas y las camas de agua arropadas con sábanas de satén negro.

Cuando llegó mi turno para ser entrevistado, ella me miró fríamente de arriba abajo y se detuvo en el área de mi cuerpo a nivel del entresijo. Allí clavó sus ojos escudriñando cada centímetro de mis protuberancias que por razones legales estaban cubiertas lo justo para no violar las ordenanzas municipales. Después de un largo rato, por fin relajó la experimentada e incandescente mirada y con un movimiento de cabeza me dio el visto bueno.

Ya para el tercer día de trabajo era lo bastante famoso como para ser reconocido por la clientela femenina que fluctuaba entre los diecinueve y ochenta y nueve años de edad. Llegado el momento cuando ya me había despojado de la última prenda y sólo quedaba protegido por el hilo dental, docenas de manos con uñas pintadas de colores fosforescentes se abalanzaron sobre mí. Continué moviendo mi pelvis mientras que las manos sin nombres prendían billetes de veinte euros por los bordes de mi pequeña y frágil indumentaria.

La viejecita de ochenta y nueve años fue la que dio el tirón final dejándome a la intemperie en el justo momento en que la policía irrumpía en el local.

—¡Quiero un nuevo abogado! ¡ Noo! ¡ Esa vieja no es mi madre y no me iré a casa con ella, auque haya pagado la fianza!


Marco Antonio

martes, 22 de junio de 2010


¿DONDE ESTABAS ANOCHE?


Tres kilómetros bajo el mar, el volcán se estremeció y por las grietas que se iban formando con cada tremor se desprendieron burbujas de gases tóxicos que causaban la ebullición instantánea de la masa oceánica. En cuestión de segundos toda materia viviente alrededor de las fisuras dejó de existir. El volcán tardó tres días más en vomitar su mortífera carga. Las entrañas de la tierra se volcaron en una trayectoria en espiral buscando la superficie. Todo el espacio que momentos antes ocupara el mar, ahora era una masa hirviente de roca humeante y gases sulfurosos. El mar se de desplazó para hacer lugar al nefasto fenómeno.

Las gigantescas olas se acercaban a la costa. Varias islas ya habían sido tragadas sin que sus habitantes hubiesen tenido oportunidad de intentar protegerse. Habían desaparecido sin dejar rastro de que alguna vez existieron. Era de madrugada cuando los primeros efectos del “Tsunami” se sintieron en las costas de Sumatra. El litoral desapareció bajo el impacto de la primera masa de agua. Las olas medían aproximadamente diez metros y arrastraron animales y a seres humanos kilómetros tierra adentro. La ola más imponente y mortífera, destrozó los edificios y abrazó en un sueño eterno a casi toda la población. Aquellos que aún dormían ignorantes de la tragedia, murieron sin enterarse de nada. Para ellos las preocupaciones y las expectativas de ver a sus familias proliferarse y forzar realidades de las ilusiones, dejaron de ser. En un instante se apagaron todas las fantasías secretas que abrigan las almas de aquellos acostumbrados a vivir al borde de la extrema miseria.

Sólo quedó un faro flotando en la corriente de las aguas turbias y los cadáveres hinchados, La Iglesia Episcopal de los Defensores de la Fe. El Párroco horrorizado miraba por la ventana del campanario. Entonces elevando sus ojos hacia el cielo, le preguntó a Él: ¡¿Dónde estabas anoche?!

Marco Antonio.






domingo, 20 de junio de 2010






     Y A PESAR DE TODO


Siempre me he esforzado en creer que desde este lugar donde mi vocación me ha llevado, te veo con los ojos de Dios. Oigo tus confesiones todas las semanas y mis manos tiemblan cuando en los días que administro la eucaristía te arrodillas frente a mí y mis dedos rozan tus labios al depositar el cuerpo del Señor en tu lengua húmeda. Sufro y soy consecuente del pecado que me llevará al infierno. Desde el púlpito, cuando encuentro tus ojos, me pesan las palabras porque en ellas se esconden sentimientos impuros nada dignos de un sacerdote. Hago penitencia, me arrepiento de mis lúdicas fantasías y me miento a mí mismo pensando que todo ha sido una prueba, un momento de tentación que ya he superado, que puedo continuar caminando con paso firme en la fe y en los preceptos de mi Iglesia protegido por mis propias convicciones, Y A PESAR DE TODO: Te sigo queriendo y deseándote desesperadamente.

Marco Antonio


sábado, 12 de junio de 2010


                                     WOODSTOCK




Me miró con aquellos ojos biliosos flotando en el humor amarillo que ahora inundaba sus cuencas profundas. Trató de sonreírse y me regaló una mueca. De los extremos de sus labios agrietados escaparon dos hilos de espesa saliva en burbujas malolientes. Corrí a socorrerla, la limpié lo mejor que pude y besé su frente. Inconscientemente me apoyé en su pecho, de la turgencia de otros tiempos sólo quedaba una gelatina de pellejos que cubría los costados de su caja torácica.

Fue mi amante por más de una década. Ahora moría la muerte que ella misma había elegido. Este era su pago por la deuda de tantos años de concupiscencia en el “village” de Nueva York. La droga, la comuna, la insaciable búsqueda de nuevos placeres habían horadado el camino por donde las consecuencias de aquella vida descabellada regresaban a cobrar su precio. Ya no quedaban defensas fisiológicas en el guiñapo de su cuerpo, la enfermedad las había devorado impunemente en el silencio interno de sus células. Ésta era nuestra despedida. Su médico de cabecera, a la entrada me susurró al oído que no vería otro amanecer.

Descolgué la guitarra y tantee sus cuerdas para arrancarles aquella melodía que tantas veces compartimos a la luz de las velas en noches de verano. Melodía que nació y murió como el amor en una escalera de la calle Mulberry. Fue nuestro tiempo joven en el “village” de Nueva York. Ella, desde su cama, trató de acompañarme como lo hacía entonces. Sólo sus labios resecos y agrietados se movieron al compás de las notas de la guitarra persiguiendo mi voz trémula, en harmonía con las lágrimas que me nublaban las gafas. Entre estrofas me inventé historias de aquellos tiempos, le hablé de los que compartieron nuestra cama y de la experiencia en “woodstock” cuando nos unimos a miles de “hippies” en la más apocalíptica aventura de los años sesenta.

Seguí arañando las cuerdas después de que ella había escapado a mejor mundo. En ese místico momento, la mueca desapareció de su rostro y la primavera de una sonrisa se retrató otra vez en su semblante. Dejé de tocar y la besé en los labios. Monté la guitarra a mis espaldas y sin mirar a tras, me alejé por el pasillo cargando un manojo de memorias. Reflexioné mientras tragaba en seco la amarga realidad de que también mi vida se apagaba. 





Marco Antonio

martes, 8 de junio de 2010


FELICES SUEÑOS

“Tendrás que quitarte esos zapatos y guardarlos donde las personas normales lo hacen —dijo ella casualmente mientras introducía el palo de la aspiradora por debajo del sofá—. No sería mala idea —continuó con el mismo tono condescendiente — que te levantaras y me ayudaras a mover este armatoste para que yo pueda limpiar como es debido. Tampoco estaría mal si sacaras al perro antes de que se orine por toda la casa o se cague frente a la puerta de la cocina en señal de protesta por sentirse constantemente ignorado en sus momentos de necesidad. Si no te importa, se está haciendo un poco tarde y ya podrías sacar la basura, sin olvidarte que en ese cuarto que llamas “oficina” tienes la papelera desbordada. Ah… de paso puedes bajar al fregadero las tazas de café, sucias y atascadas con bolas de papeles estrujados, que siendo el colmo de la vagancia que eres, les has asignado la función secundaria de zafacones para desperdicios de última hora. Todavía está la ropa del trabajo esparcida sobre la cama y cuando fuiste al vater no te preocupaste de descargar la cisterna. Tu caca sigue flotando allí esperando por alguien que le de paso. Ese alguien fue tu hijo que, a propósito, mañana cumple cuatro años y aún no le has comprado un regalo, el que se encargo de pintar todos los azulejos de marrón verdoso con tu excremento. Si piensas que hoy habrá cena, estás muy equivocado, porque no he tenido tiempo para ir al supermercado, así que vete preparando porque esta noche cenaremos fuera y no te saldrás con la tuya llevándonos a Burger King. Para asegurarme de que no te escurrirías, invité a tus padres y fueron ellos los que eligieron el restaurante, ese de cuatro estrellas donde sirven la carne media cruda estilo americano. Mañana es sábado y tu hermana traerá a sus niños para que fraternicen con nuestro Pablito. Yo tengo clases de Yoga, así que tú te quedarás cuidándoles y ya te dejaré instrucciones para que les prepares el almuerzo”.

Me levanté del sofá y siguiendo sus instrucciones removí los zapatos y los llevé al lugar designado para esos menesteres. Regresé inmediatamente al salón y la ayudé a mover el mueble. En ése momento, le obsequié mi mejor sonrisa. Me dirigí hacia la cocina, extraje la coca-cola de nevera y en su jarra favorita deposité los cubitos de hielo y una cascarita de limón. Debajo del fregadero encontré la cajita amarilla con letras rojas. Disolví cuatro cucharadas soperas en la efervescente coca-cola y esperé hasta que no pude detectar residuo alguno. Confirmé el contenido de la cajita y leí las advertencias en letras rojas.

Regresé donde Melinda y le ofrecí el refresco, al verlo, apretó el botón de la aspiradora y el silencio invadió la sala de estar. Tomó la jarra de cristal por el asa y se bebió el contenido en cuatro sorbos.

—Gracias —me dijo sin apenas mirarme e inmediatamente volvió a prender la aspiradora.

Subí a la habitación y comencé a recoger la ropa desperdigada por toda la cama. Me dirigía hacia el baño para inspeccionar el daño que Pablito había causado cuando oí el inconfundible ruido que produce un cuerpo cuando se desploma sobre un piso de parquet y me dije a mí mismo:

FELICES SUEÑOS.