domingo, 4 de marzo de 2012

¿Y AHORA QUÉ?

Podía adivinar el rechazo y la angustia porque se reflejaban en su caríta redonda. De vez en cuando se mordía el labio inferior sin pronunciar palabra mientras las gruesas lágrimas rodaban por su rostro. Mantenía sus pequeños puños cerrados con las uñas clavadas en las palmas de las manos hasta el punto de hacerse daño. Todo formaba parte del escenario que estaba viviendo.

En ese mundo tan diferente al nuestro, no fluyen las palabras, allí se vive una vida de atardeceres donde la claridad carece de fuerza suficiente para asomarse por el horizonte. Él era un niño normal cuya extraordinaria sensibilidad e inteligencia lo situaban entre los privilegiados de su clase. En tercero de primaria sobresalía en todo, hasta en la capacidad para interrumpir con sus charlas, chistes y el incesante ir y venir de un pupitre a otro captivando la atención de sus compañeros. Daba la impresión que dentro de sus pantalones habitaba una colonia de hormigas bravas. Pero en estos últimos meses se había convertido en un niño triste. Al parecer, sus padres carecían de los instrumentos necesarios para construir un mundo estable para él y esto no se podía atribuir a que los dos eran sordos. Para ella, en su silencio forzado, no era imaginable que existiera otro mundo que aquél donde vivía perdidamente enamorada de su marido. Para él, en el suyo, había otro más interesante donde se encontraba a gusto esclavizado al tempestuoso círculo vicioso de la infidelidad.

Así que sólo quedó una verdadera víctima: El maravilloso niño de ocho años cuyo mundo, ya plagado de carencias comenzaba a derrumbarse con la insensata deserción de su padre. Sin entenderlo del todo y sin saber el por qué, sentía una culpabilidad interna que a sus tiernos años no era posible superar. Su confusión, mezclada con la rabia que produce la impotencia, lo llevaron al estado de desesperación en que su única alternativa era clavarse las uñas en las palmas de sus manos.

Marco Antonio