miércoles, 25 de mayo de 2011

BARCELONA - ESTACIÓN FERROVIARIA


DE LA VIDA REAL

He encontrado que es natural y muy eficiente para mí caminar erecto con los brazos colgando a lo largo del cuerpo en posición vertical. Nunca pensé que esta conducta podría desencadenar algún tipo de trauma a mis órganos internos. Así que me muevo por la vida de esta manera y aunque he sido acusado de parecerme a un zombi, nunca creí que me fueran a confundir con un personaje del Oriente Medio o alguien extraído de Las Mil y Una Noche. Concedo que un que otro extranjero al pasar por mi lado me ha saludado respetuosamente como si yo le recordara a un miembro de su familia.

Llegué a la enorme estación del ferrocarril en Barcelona y me dirigí a las máquinas vende-boletos para trenes de cercanías. Mi destino, un pueblo de playa en el Mediterráneo a veinte minutos de la ciudad. Después de leer las instrucciones en la pantalla panorámica dos veces, aún tenía mis dudas. Un hombre macizo, de complexión oscura, camiseta verde y pantalones cortos se presentó de la nada para ofrecerme ayuda, desplegaba sobre el pecho en letras blancas su título en catalán. Por la atención y la correcta explicación que recibí sobre el tema de como moverse y protegerse dentro de la estación, asumí que era empleado del complejo ferroviario. Momentos más tarde nos despedíamos como viejos amigos intercambiando sonrisas y amabilidades.

Ahora con el boleto en la mano, solo tenía que esperar que anunciaran la llegada de mi tren para moverme erecto y confiado hacia la escalera automática que me llevaría a los andenes. Esperaba con mis brazos descansando como de costumbre, cuando apareció frente a mí este minúsculo personaje desplegando una sonrisa de oreja a oreja. Exhibía tres magníficos dientes, al parecer los únicos que aún quedaban en su boca; se plantó frente a mí y aún sonriendo me preguntó:

-¿Árabe?- pronunciando esta palabra con un acento que pudiese haber sido indio o tibetano.

-¡ah,ah!- Le respondí

- Que importa. Tiene usted cara de buena gente.
Le observé detenidamente, abarcando todo el espacio que el raro espécimen ocupaba. Un hombre dolorosamente escuálido y huesudo, sus ojos color tierra no me abandonaron un momento. Me acerqué a él más de lo prudente y le respondí:

-Creo que no estás impresionado con mi cara de buena gente, pero sí con el idiota que piensas haber encontrado y que vas a convencer para venderle eso que cargas bajo el brazo.

-Ahhh, ¿Esto?- se dijo más para sí mismo. Aquí llevo mis documentos legales y un boleto de tren a Valencia donde voy a reunirme con mi familia la cual no veo desde que regresé de la India. Solo me falta el importe del trasbordo desde Valencia hasta el pequeño pueblo donde vivimos y sé, por su apariencia, que esto que le pido para usted no es más que una limosna. Sea de donde sea, bien sabe usted que la caridad es la llave que abre todas las puertas del cielo.

-¿Seguro que el señor no es árabe?- repitió una vez más antes de terminar la conversación frunciendo el ceño.

No le respondí inmediatamente, pero me acerqué a su oreja izquierda la cual noté que estaba espesamente poblada de una pelusa blanca y le dije:

En el país de donde yo procedo, a los que mienten les cortamos la lengua. Es una cuestión de principios y religión. No podemos justificar el acceso al Reino de los muertos si aceptamos las mentiras como parte de la vida e ignoramos a los mentirosos. Precisamente, aquí en este bolso a mi costado – le dije - llevo las tijeras que mis antepasados me confiaron para que la custodiara y diera el uso adecuado, dada la situación según nuestras sagradas leyes. ¿No le parece a usted que me encuentro en un dilema? Sé que usted me miente y yo no quiero perder la oportunidad de merecer el Reino de los Muertos cuando mi tiempo llegue.

Comencé a introducir mi mano en el bolso, pero para ese entonces ya me encontraba solo. El hombrecillo había desaparecido. Logré distinguir las escasas hebras de su tostado cuero cabelludo cuando el viento las azotó al doblar la esquina,cincuenta metros de donde segundos antes conversábamos.

La pantalla del monitor comenzó a anunciar la llegada de mi tren y yo me apresuré hacia la entrada número diez, donde las escaleras automáticas me tragaron junto con los demás.


Marco Antonio