martes, 23 de noviembre de 2010




DEBAJO DE LA ALFOMBRA

La higiene comienza con uno mismo. Como los buenos modales, es algo que llevamos en los genes y lo practicamos sin prestar demasiada atención a su ejecución. Sabemos que el proceso conlleva cierto encanto personal, cierto grado de auto gratificación; para ser más explícito, el sentirse limpio y oler bien fortalece nuestra aura personal, Nos lleva a un estado de narcisismo que vivifica el ego y reanima la confianza.
Esto no siempre es cierto en todo los casos, como tampoco aplica a todas las edades ni periodos históricos. Por ejemplo, mi vecino de puertas es un hombre religioso, afable y respetuoso de sus costumbres ancestrales. Cenamos con él una sola vez, dada la determinante y violenta negativa de mi esposa, nunca más se repitió. Su mujer es una excelente anfitriona que se esmeró en la preparación de las especialidades del país de su cónyuge. Comenzó sirviendo el primer plato en una sopera de exquisito diseño con el borde o de oro, o dorado. Antes de comenzar, mi vecino de puertas extrajo de su bolsillo un amarillento pañuelo y procedió a sonarse la nariz estrepitosamente. Terminada esta actividad, la cual considero necesaria pero no adecuada para la primera cena entre vecinos, convirtió el pañuelo en una pequeña bolita húmeda y pegajosa, se inclinó por un costado de la mesa hasta tocar el suelo y discretamente la depositó debajo de la alfombra. Proseguimos con el primer plato, que era la sopa de ojos de pescados flotando en una crema de calabacines; los ojos de pescados son comestibles, pero para un aficionado es un plato difícil de tragar. Le llegó el turno a la ensalada: espárragos, aguacates y berenjenas. Las cáscaras del aguacate fueron removidas cuidadosamente y la señora, siguiendo el ejemplo de su marido, las depositó debajo de la alfombra. La carne y las patatas, constituían el plato principal adornado con arándanos , en mi opinión, fue el toque magistral de la velada. Las cortezas de los arándanos y las de las patatas encontraron su sitio adecuado debajo de la alfombra. Durante el postre se les permitió a sus hijos acompañarnos en el comedor. El más pequeño se trajo su orinal y plantándolo a los pies de su padre, comenzó ruidosamente a ejecutar sus necesidades. Al terminar la madre se ocupó de asearlo lo mejor que pudo ya que el crío rehusaba abandonar el receptáculo. Los papeles utilizados en el proceso de la limpieza, uno tras otro, encontraron también su sitio adecuado debajo de la alfombra. Mi mujer vomitó sobre la mesa y yo, más que vivo, medio muerto de vergüenza, ofrecí mis excusas.



Marco Antonio