miércoles, 12 de septiembre de 2012

MOVIMIENTO SEDICIOSO



El tiempo está cambiando, me dije, los días se han acortado y sopla una brisa gélida desde el mar que anuncia la aproximación del invierno. Los pocos transeúntes que insisten en prolongar las últimas horas de las vacaciones en las playas del mediterráneo se mueven por el paseo marítimo con los hombros encogidos, los rostros fruncidos y las manos sepultadas en la oscuridad de los bolsillos de sus pantalones cortos. No veo sombrillas ni hamacas en la arena; solo un hombre alto y delgado que camina en la distancia bordeando las filigranas que produce el vaivén de las olas antes de regresar al océano.

Va descalzo, hundiendo los pies en la arena húmeda para desenterrar las conchas que quedaron allí atrapadas. Se ha detenido para mirar hacia el mar. El sol comienza a perderse en el horizonte creando esa fuga de colores rojizos que se mezcla con el manto azul púrpura que presagia la inminente oscuridad antes de caer la noche. El hombre se ha desnudado, se vuelve hacia el mar y embiste las olas con determinación. El agua le llega a la cintura; con los brazos en alto continúa forzando su avance. Ya solo es visible la media luna de su cráneo que reluce entre las sombras y forma una orla en contraste con el sol que agoniza. Finalmente su cabeza desaparece y con ella el último destello de luz. Yo, petrificado, continúo observando la oscuridad en espera.

Nunca llegué a ver su rostro, pero no sé por qué llevo grabado en mi mente el retrato de su figura alejándose de la orilla y el movimiento sedicioso de sus nalgas.

Marco Antonio