domingo, 29 de abril de 2012

ANÉCDOTA DE LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA

Ya no quedaba un romano en pié en el campo de batalla, los había vencido otra vez. Pero no se hacía ilusiones; sabía que continuarían resistiendo tras los muros de Roma. No tuvo que esperar mucho, un mensajero llegó con noticias de que Escipión azotaba a Hispania con sus ejércitos. Cartago pudiese estar en peligro, pensó Anibal, era el momento de regresar.

Solo le quedaban unos pocos elefantes cuando cruzó los Alpes abandonando Italia, en la angustiosa trayectoria de regreso hubo que comerse algunos de ellos. La costumbre dictaba que primero se alimentaran los oficiales, después los soldados y por último las mujeres y los esclavos. Cuando llegó el turno de las mujeres, Anibal ordenó que a la suya se le sirviera en su tienda privada. El plato consistía en trozos del rabo de uno de los elefantes cocinado a la brasa. Efigenia, así se llamaba su concubina, ciega de ira, se acercó al cocinero, no sin antes proporcionarle al esclavo que le servía de reposapiés, una patada en el trasero. Maldijo al pobre hombre, a los dioses, después a los generales y finalmente a su dueño y señor. Anibal, sin perder la calma la miró con tristeza compadecido de su aparente pérdida de cordura. La travesía era dura y los recursos escasos. Entonces dirigiéndose al cocinero le preguntó si el último elefante sacrificado había sido suficiente para alimentarlos a todos. El hombre respondió que aún quedaban los esclavos, los criados y la servidumbre sin comer. Entonces Anibal le pidió que se acercara y le susurró al oído:

— Esta noche cenaran cocido de tetas y rebanadas de nalgas— y sin más contemplaciones ordenó al cocinero que se llevara a la concubina.

Marco Antonio