jueves, 22 de marzo de 2012

DEJARÉ DE ESCRIBIR


Pude alguna vez ser escribano,
mis frases cabalgaron la insolencia
cuando el tintero se cargó de heces
y mi pluma malversada causó estragos.

Dejaré de escribir
Si sobre el papel bailó una ofensa
con mis frases fugadas del destierro
sin cumplir mi condena de improperios.

Dejaré de escribir
Si santiguarme ante mi mala fe
es esconderse en los resquicios
del laberintos de mis demencias.

Dejaré de escribir
para quererte mejor en mi locura
sin explicar el por qué de las palabras,
ni los silencios imprudentes de mis miedos.

Marco Antonio

domingo, 11 de marzo de 2012

EL VUELO

En el pico de un pájaro vuela la ilusión

que en su fuga reprocha esta ausencia de amor.

Yo escondí su razón en un cajón vacío

para inventarte en sueños y no decirte adiós.

Ya no me sirve el tiempo para llenar la vida

si entre tantas espinas cuelga este dolor.

Aunque añore un refugio entre el follaje verde

que anida las promesas, sin ti no habrá pasión.

Se ve mejor el mundo con los ojos cerrados

si el viaje se me antoja en un pájaro azul

esperando la aureola donde nace el idilio,

donde nunca te alcanza una puesta de sol.

Y si el tiempo se escurre entre horas sin prisas

deshaciendo en un soplo los remiendos de ayer,

en el pico de un pájaro deslizaré la vida

arrastrando esta estela de mi ilusa alegría

que persigue tu sombra, aunque muera de amor.


Marco Antonio

domingo, 4 de marzo de 2012

¿Y AHORA QUÉ?

Podía adivinar el rechazo y la angustia porque se reflejaban en su caríta redonda. De vez en cuando se mordía el labio inferior sin pronunciar palabra mientras las gruesas lágrimas rodaban por su rostro. Mantenía sus pequeños puños cerrados con las uñas clavadas en las palmas de las manos hasta el punto de hacerse daño. Todo formaba parte del escenario que estaba viviendo.

En ese mundo tan diferente al nuestro, no fluyen las palabras, allí se vive una vida de atardeceres donde la claridad carece de fuerza suficiente para asomarse por el horizonte. Él era un niño normal cuya extraordinaria sensibilidad e inteligencia lo situaban entre los privilegiados de su clase. En tercero de primaria sobresalía en todo, hasta en la capacidad para interrumpir con sus charlas, chistes y el incesante ir y venir de un pupitre a otro captivando la atención de sus compañeros. Daba la impresión que dentro de sus pantalones habitaba una colonia de hormigas bravas. Pero en estos últimos meses se había convertido en un niño triste. Al parecer, sus padres carecían de los instrumentos necesarios para construir un mundo estable para él y esto no se podía atribuir a que los dos eran sordos. Para ella, en su silencio forzado, no era imaginable que existiera otro mundo que aquél donde vivía perdidamente enamorada de su marido. Para él, en el suyo, había otro más interesante donde se encontraba a gusto esclavizado al tempestuoso círculo vicioso de la infidelidad.

Así que sólo quedó una verdadera víctima: El maravilloso niño de ocho años cuyo mundo, ya plagado de carencias comenzaba a derrumbarse con la insensata deserción de su padre. Sin entenderlo del todo y sin saber el por qué, sentía una culpabilidad interna que a sus tiernos años no era posible superar. Su confusión, mezclada con la rabia que produce la impotencia, lo llevaron al estado de desesperación en que su única alternativa era clavarse las uñas en las palmas de sus manos.

Marco Antonio