domingo, 27 de junio de 2010


          PASE SIN LLAMAR

Cornelio lo tenía todo. Era rico, propietario de su propia empresa, una mujer hermosa y dos hijos virtuosos; uno estudiaba el violín, la otra el clavicordio. El problema era que Cornelio era negro como el carbón y sus hijos no. Siempre pensó que podría haber sido una degeneración intramolecular causada por la prolongada exposición a los rayos infrarrojos y ultravioletas en las regiones árticas. Fue allí, en el Polo Norte, donde conoció a su esposa, la hija del jefe de la tribu próxima a donde se ubicaba el campamento de los científicos. El grupo, organizado por El Departamento de Ciencias Naturales de Las Naciones Unidas, investigaba las migraciones de los elefantes de la era paleolítica superior en aquellas regiones. Participaban en la aventura, Investigadores alemanes, suecos, rusos y el africano Cornelio. Llevaban más de un año desenterrando huesos de Mamut para el Museo de la Universidad Humboldt en Berlín cuando Mekkaha lo invitó a pasar la noche en su inuktitut, mejor conocido como Iglú o casa de nieve con forma de cúpula. Por otro lado, a Cornelio siempre le preocupó esa extraña costumbre de las mujeres esquimales de ofrecer privilegios sexuales a todos los que entraban por el hueco de su iglú. Se les consideraba malas anfitrionas si no observaban el protocolo. Cuando alguien asomaba la cabeza por el agujero de la entrada, ellas, a manera de costumbre y con una adorable sonrisa le invitaban a quedarse diciendo: "Pase sin llamar"; aún así, pese a las incongruencias que existían entre él y sus dos hijos, Cornelio siempre pensó que lo tenía todo: una hermosa mujer esquimal, un niño pelirrojo que estaba destinado a ser virtuoso del violín y una niña rubia de ojos azules que ya tocaba el clavicordio.


Marco Antonio