domingo, 1 de agosto de 2010

PASA LA VIDA





Para él, la vida no cambiaba, era una puta rutina. Se bebió su primer whisky a las ocho de la mañana. Se fue al baño y sin pensarlo dos veces, con los ojos semiabiertos meó a chorros y sin puntería sobre la tapa del inodoro. Escupió en el lavabo y se enjuagó la boca. Se vistió rápidamente con el mono de mecánico, calzó las alpargatas y la gorra con la insignia de los Yankees y se guardo la caneca del whisky en el bolsillo trasero. La rutina se repetía una y otra vez. Bajó las escaleras de dos en dos en el mismo momento en que el perro de su vecino Anselmo las subía de cuatro en cuatro. El último tramo lo terminaron en seis patas, las cuatro del perro y las dos de él esparramadas por el descanso de la escalera. El animal aulló del susto, pero se recuperó y corrió escaleras arriba como alma que lleva al diablo. Él no supo cuanto tiempo estuvo inconsciente, finalmente despertó y se levantó con trabajo vociferando palabrotas dirigidas al perro y llevándose la mano al bolsillo trasero del mono para asegurarse que la caneca de whisky estaba a salvo.

Ya en la calle apresuró el paso hasta llegar al callejón donde, como siempre, se dio su segundo trago. Cruzó la avenida, compró el periódico, un café y una bolsa de magdalenas. Media docena de pasos más adelante desapareció por la doble puerta del garaje. Anselmo, como siempre, trabajando debajo del Audi. Samaniego mirándolo a través de los mugrientos cristales de la oficina en el entresuelo, otra vez abrió la ventana corrediza y le gritó:
— ¡Llegas tarde!
— ¡Que te follen!—le contestó el otro entre dientes.
Recogió la escafandra de soldador del suelo y se la encasquetó en la cabeza. Levantó la tapa protectora y extrayendo la caneca de whisky, consumió su tercera ronda del día. Con una voz ronca y rabiosa se dirigió a las piernas de Anselmo que sobresalían por debajo del Audi y les dijo:
—Le voy a partir las patas a ese perro callejero que tú dejas realengo por ahí. Hoy por poco me rompo la nuca cuando tropecé con él por las escaleras. El muy cobarde escapó aullando y meándose. ¡Menuda mierda de animal! El otro no se dignó a contestarle. Se disponía a encender la pistola del soldador con el mechero cuando el Mercedes Benz SLK Clásico frenó de improviso a menos de un metro de las piernas de Anselmo.

La voluptuosa figura descendió del coche hecha toda una furia y se dirigió directamente al corpulento hombre con la escafandra y el olor a whisky barato. Se acercó lo suficiente como para aplastar sus recién siliconados senos contra el mono grasiento agarrándolo firmemente por el bulto en la entrepierna donde su sensibilidad lo desproveía de defensas.

—¡Despaché a los sirvientes temprano, descorché mi mejor vino y te esperé pasada la media noche! No es muy caballeroso dejar plantada a la que te provee el único trabajo donde te puedes esconder. A mi hermano Samaniego no le caes muy bien y si no te ha echado a la calle es porque yo estoy por el medio —le dijo de carretillas, sin parar para coger el aire.

Él no pronunció una palabra, se desprendió de la careta de soldador y la miró sin una pizca de simpatía, buscó la caneca en su bolsillo trasero y se echó un trago generoso a la boca. Sin más preámbulos la ciñó por la cintura y arrastrándola hacia el mugriento cuarto de servicio, cerró la puerta. Pasó el tiempo y todos continuaron su trabajo como si nada hubiese pasado. Más tarde, la voluptuosa mujer abandonó el inodoro totalmente desaliñada, con la melena platinada revuelta y salpicada de aserrín. Sus pechos de silicona mal ubicados por la falta de tiempo y un espejo, nunca se asentaron correctamente dentro del diminuto sostén. Subió al coche sin despedirse y como un bólido desapareció del taller en su flamante Mercedes Benz SLK Clásico dejando atrás la estela de un extravagante perfume. Él, como en otras ocasiones, la siguió con la mirada hasta que el coche se perdió de vista al doblar la esquina y se repitió a sí mismo:

— Esta noche, como todas las noches, estarás esperándome en el sofá como una perrita en celo.

Volvió a la mesa de trabajo, se ajustó la escafandra y prendió el soplete de acetileno con el mechero. Hizo una pauta, levantó la compuerta que le cubría el rostro y extrajo la caneca de su bolsillo trasero. Para su sorpresa sólo quedaba un residuo en el fondo,la vació de un trago y arrojó la botella a la papelera. Anselmo asomó la cabeza por un costado del Audi como siempre lo había hecho, meneandola de lado a lado y se dijo a sí mismo:

— ¡QUE MANERA DE PASAR EL TIEMPO! Sólo tomó un instante para que el perro lo desnucara, pero ya ha pasado una eternidad y aún sigue en el limbo. No quisiera estar aquí cuando se de cuenta que este lugar no es más que una sala de espera y que el whisky ahora se le ha acabado.