miércoles, 26 de mayo de 2010


PREOCUPACIÓN

La angina le golpeó sin avisarle. Su semáforo interno había cambiado de color y ahora la luz estaba en rojo. Sintió que los cuatro jinetes de la Apocalipsis cabalgaban sobre su pecho sin ir a ninguna parte. Pensó que había llegado su hora y que no volvería a tener la oportunidad de beberse otra Coca-cola.
Miró su reloj y le preocupó el tiempo. No llegaría a su destino por su propia negligencia. Aún estaba haciendo la digestión y se empeñó en salir a toda carrera a sabiendas de que estaba jugándose el todo por el todo. Ahora los caballos se empeñaban en aplastarle el corazón para llevárselo a donde van los corazones que ya no pueden dar la bienvenida al flujo sanguíneo que se desplaza por las arterias a la presión en que explotan los pozos de petróleo. Pensó que los jinetes ya se habían apoderado de su objetivo y marchaban por donde vinieron. La Coca-Cola definitivamente no volvería a probarla porque en esos momentos la saliva inundaba el conducto a su garganta y no podía respirar. Trató de establecer su posición pero no atinaba a saber si estaba de pie o acostado, no veía el cielo ni tampoco sus zapatos. Decidió quedarse quieto, sin importarle mucho hacia donde apuntaba su nariz. Su preocupación era otra: Había corrido escaleras arriba porque la llamada telefónica decía que, al parecer, la cisterna del inodoro en su piso se había quedado atascada y el agua salía a borbotones por la rendija de la puerta. ¡Mierda! Las alfombras a penas hacía unas semanas que las habían instalado y aún le quedaban trece pagos para que fueran suyas.


Marco Antonio