sábado, 25 de febrero de 2012

TODO ES POSIBLE



Siempre había sido un burro ordinario, pero aquella noche sobre su espalda llevaba un milagro. Se dirigía hacia Belén donde ocurriría un acontecimiento excepcional. Cuando llegó a su destino ya no era un burro ordinario, había dejado de ser un asno común para convertirse en los ojos de Dios, todas sus visiones trascendía mas allá de su entendimiento. Él había sido el elegido para transportar a una Virgen llena de cielo y de luz.

Tocó a mi puerta y al abrirla me encontré con la más encantadora sonrisa que una chica a punto de convertirse en mujer pudiese confeccionar en tan corto tiempo. Imaginé que yo era el primero en su lista, ya que mi vivienda está localizada en el piso más alto del edificio. Supuse que cuando concluyera con la propuesta que estaba a punto de presentarme le quedarían otros siete pisos y tantas puertas donde lastimarse los nudillos de su delicada mano.

—Buenos días señor, me llamo Eulalia y estoy vendiendo papeletas a personas especiales para visitar al burro que llevó a la Virgen María hasta Belén— comenzó con una extraordinaria sonrisa posada en sus labios.

— ¿Me estás tomando el pelo niña, que tengo yo de especial? Mira que ya soy un poquito mayor para estas cosas.

— ¡No, no señor, es un burro de verdad! Un burro que no parece haber envejecido ni un solo día —respondió la niña algo desconcertada al ver la incredulidad en mis ojos.

— Se ha preservado todos estos siglos protegido por monjes cuyo origen se remonta a tiempos bíblicos. Ellos fundaron una abadía cerca de Jerusalén, a unos nueve kilómetros de donde ocurrió el milagro y se dice que algunos fueron testigos de lo que allí ocurrió— hizo una pauta y con algo de timidez avanzó dos pasos, yo intuí que esperaba una invitación para introducirse en mi casa.

— ¡No mi niña, ahora no! Estoy my ocupado y no hay nadie más aquí que pueda atenderte, entonces desplegando mi mejor sonrisa comencé a cerrar la puerta.

— ¡Señor, es Dios quien está llamando a su puerta porque de otra manera yo no podría estar aquí intentando venderle esta entrada!

Se me ocurrió que esta niña podría ser peligrosa o que quizás padeciera de un desequilibrio mental. La posibilidad de que pudiese estar poseída por un ser oscuro cruzó por mi mente. Pero allí permanecía la jovencita sonriendo, con sus libros y papeletas abrazadas sobre el pecho. La verdad es que no tenía intención de cerrarle la puerta en la cara, así que permanecí allí examinándola como si fuera un ser de otro planeta. Entonces fue ella quien tomó la iniciativa:

— ¡Escuche!— me dijo y sin más preámbulos abrió una de sus carpetas, apartó un mechón de cabellos que dificultaba su visión y comenzó a leer:

“Todo es arena y dunas, un paisaje árido donde no crece alimento alguno. El camino es sinuoso y está cubierto de piedras tan pequeñas que dañan mis pezuñas. Ella, de vez en cuando, me rasca las orejas y eso me hace feliz. La llevo a mis espaldas pero no siento su peso, por el contrario, estar en contacto con su persona día y noche me hace sentir seguro, nunca había estado tan tranquilo. Por primera vez siento que soy parte de todo lo que me rodea, hasta del aire que respiro y de las cosas que veo.

La claridad se ha apagado y el cielo se ha llenado de estrellas, él las observa detenidamente como esperando una señal para continuar este viaje en la oscuridad. Yo tengo el presentimiento de que hay fieras hambrientas y peligrosas dentro de esas sombras, pero algo en mi interior me dice que nada nos hará daño, que esta noche todos los animales del mundo somos hermanos.

Él señala hacia el cielo, ella sonríe y yo rebuzno. Una luz diferente a todas las otras cruza la inmensa bóveda, no es una estrella común, es como una señal que se desplaza despejando la ruta hacia un horizonte intangible. Respiro hondo apuntando mis hocicos en esa dirección y me queda la sensación de que esa es la ruta donde encontraremos a otros hombres. Él se dice así mismo: esa estrella conoce el camino y nos está guiando hacia Belén.

Ha nacido una criatura bajo el destello azul de esa estrella que nos trajo a Belén. Ha nacido en el sitio donde vivimos nosotros los burros, las ovejas, las vacas y todos los que necesitan un refugio para pasar la noche. Ahora descansa en una cuna de paja rodeada de hombres que por sus vestimentas parecen estar acostumbrados a cuidar de la tierra y de los animales de la granja. Antes de albergarse en el cobertizo lo intentaron en el pueblo. Los habitantes entreabrieron sus puertas para negarles la entrada con un gesto de la cabeza y volvieron a cerrarlas. Nadie los recibió.

Me acerqué a la cuna de paja para verle mejor y uno de los tres hombres que allí se encontraban hizo espacio para mí, me dio un mendrugo de pan y acarició mi pelusa. Eran hombres de otros mundos y otras costumbres, sus cabezas adornadas con coronas doradas y piedras de colores relucían a la luz de las lámparas de aceite. De sus hombros colgaban largos atuendos de suave textura y de sus manos repletas de anillos se desbordaban ofrendas perfumadas procedentes de países lejano. Todo para una hermosa criatura que apenas había llegado a este mundo.

La pequeña manita me acarició el morro y sin saberlo comencé a entenderlo todo de otra manera. Ahora mi existencia formaba parte de la suya y por mis ojos Él contemplaría los eventos que se convertirían en parte de la historia de la humanidad con el paso del tiempo. Sentí la alegría que se desprendía de la mayoría de los allí reunidos, también sentí la confusión y la desconfianza en algunos. La voz dentro de mí dijo: Es hora de que te apartes y dejes que los monjes se encarguen de ti, ellos te protegerán. Llegará el día en que te llamaré y entonces caminarás conmigo, también la noche cuando yo ya no esté, entonces serás como un ángel que continúa siendo mis ojos y mis oídos en la tierra.

Los burros no lloran, pero yo aprendí a hacerlo con las visiones de las tragedias que lastimaron mi alma. Él las vio todas a través de los ojos de aquellos que convirtió en emisarios, pero sus enseñanzas cayeron en oídos sordos y poco pudo hacer para evitarlas mientras estuvo en la tierra, tampoco cuando se fue al cielo. Desde el principio a los seres humanos se les otorgó la capacidad para decidir sus destinos y la sabiduría nunca fue lo suficientemente imperiosa como para conducirlos por el camino correcto. Desde el primer hombre el instinto animal dio paso al egoísmo, el odio y la violencia y yo, con mis ojos de burro los vi multiplicarse en proporciones alarmantes y fui testigo de la desfiguración del espíritu y la decadencia moral.

Hay ángeles y emisarios de Dios que deambulan por la tierra, siempre los ha habido, como también hay hombres que en su trayectoria por la vida decidieron no apartarse del camino y sin saberlo crearon un equilibrio entre el bien y el mal. En estos tiempos las fuerzas oscuras se han fortalecido y ahora es difícil identificar a las personas de buena voluntad, esos que con el paso del tiempo se van convirtiendo en la única razón que justifica con sus actos de compasión y carácter incorruptible la existencia del hombre.

Aquellos que deambulamos por la tierra no somos suficientes para abarcar tan inquietante desafío. No he evadido la encomienda original, mis ojos de burro continúan transmitiendo lo noble y lo trágico de la conducta humana y me personifico donde mi presencia es requerida. El tiempo y las circunstancias lo cambian todo, ahora podrán llamarme un burro mítico que se materializa aquí y allá en busca de lo sublime en la fe que habita en todo ser humano.

Finalmente ella levantó la cabeza del cuaderno y su rostro embozó una expresión que era más una pregunta que una sonrisa.

—Espera—le dije y marché por el pasillo detrás de la puerta en busca de mi cartera, regresé dispuesto a comprar el dichoso boleto. Pero en el descanso no había nadie, la niña había desaparecido. Allí en la alfombrilla quedó un sobre, me incliné a recogerlo pero una ráfaga de viento lo arrebató antes de que yo pudiera alcanzarlo. Para mi consternación el pliego encontró una ventana abierta y desapareció por ella. Malhumorado me di la vuelta y cerré la puerta. Pasé toda la tarde tratando de olvidar el incidente, pero no pude.

—El ruido comenzó como si estuvieran tumbando la casa. Los golpes eran terribles, como si alguien intentara derribar la puerta a patadas. De momento no supe que hacer, miré el reloj, marcaba las tres de la mañana. Nunca tuve un arma, ni siquiera una porra, pero algo tenía que hacer, el ruido era tan persistente y perturbador que pronto despertarían los vecinos. Me atreví a acercarme a la puerta y observando cuidadosamente por la mirilla me pareció que el pasillo estaba desierto. Me llevó un tiempo en consolidar el valor suficiente para arriesgarme y abrí la puerta empuñando la pequeña escultura de Moisés que encontré sobre una mesa. De todas las cosas que no esperaba ver, la última era la que frente a mí ahora se encontraba. Un burro de carne y hueso de pelusa blanca, orejas larguísimas y unos ojos que parecían diamantes. Éste al verme, acercó su morro húmedo y lo colocó a centímetros de mi rostro. Sus ojos se clavaron en los míos y sentí la intensa mirada atravesarme el corazón. Comencé a temblar y tuve la impresión de que las luces en mi cabeza estaban a punto de apagarse.

—Es un hombre bueno, de consciencia limpia cuyo fuego se ha apagado—murmuró el burro para sí mismo. Solo ha dejado de formar parte de la tragedia para vivir sus días apartados de las controversias y los conflictos. Es un hombre joven cuyo entorno lo ha convencido de que la raza humana no tiene futuro, pero de los que Dios necesita para despejar el camino. Mis ojos han sido el puente y su alma ya lo ha cruzado. Cuando regrese habrá una razón más para creer que el ser humano aún es digno de socorrer y que a pesar de su abominable historia, también a su favor está la determinación y la persistencia con que han llevado al mundo civilizado hasta los confines del Universo. Hay quienes han sabido utilizar la inteligencia y el libre albedrio de buena fe para construir un mundo donde nunca muere la esperanza.

Marco Antonio